viernes, 3 de octubre de 2008

Fiebre



Esos hombres, que yo veía como médicos, habían venido ya en varias ocasiones. Con sus ropas gruesas para protegerse del frío, botas, gorros de piel, y aquellos maletines de los que siempre se acompañaban. De ellos extraían toda clase de instrumental, que conectaban a mi cuerpo. Sondas, termómetros, ... Me llenaban de cables y no apartaban la vista de aquellos monitores.

--La temperatura sigue aumentando --pude oír que decían.

Realmente me notaba enferma. Ya llevaba tiempo sintiendo esos sudores, que caían en sucesiones de gotas rápidas por todo mi ser. A veces sufría escalofríos, y lo peor de todo: esas crepitaciones en mi interior. Algo estaba yendo muy mal.

Los hombres se marcharon, pero acordaron volver pronto. La soledad y extraños pensamientos me acompañaron el resto del día. La noche la pasé mejor, me sentía fresca y parecía que había bajado la fiebre.

Fue a la mañana siguiente cuando se sucedieron los acontecimientos. El sol salió, lucía con más brillo y fuerza que los días anteriores. Mi cuerpo empezó a sudar, esta vez a chorros. Y aquellas crepitaciones, se escucharon como un estruendoso espasmo cuando me precipité al mar, rota en mil pedazos..

Floté convertida en trozos de hielo. El agua me pareció un cálido y mortal abrazo.