domingo, 2 de noviembre de 2008

La noria



La noria comenzó a girar. No era la primera vez que montaba en aquella atracción, pero sin embargo esta vez experimentaba algo diferente desde que inició la marcha. No fue una aceleración suave, sino un fuerte y brusco acelerón, y unas cuantas vueltas en las que aumentó la velocidad de una manera alarmante, como si la maquinaria estuviera fuera de control. Hasta que por fin empezó a disminuir la velocidad de manera, ahora si, más progresiva y pausada.

La cabina en la que viajaba se quedó a tres cuartos de altura. Su compañera de cesta, que se sentaba frente a él, lo miró como quien pide una explicación con los ojos. ¡Como si él tuviera una explicación de lo que estaba pasando!.

-El chico la pondrá de nuevo en marcha -dijo por comentar algo, recordando al individuo joven que se sentaba a los mandos en la caseta.

-Dieciséis, par, rojo, manque -se oyó a través de la megafonía-.

La cesta con el número dieciséis, pintada de color rojo, estaba en lo más alto de la noria. Miraron hacia arriba. La cesta giró y precipitó al vacío a las dos personas que la ocupaban.

Los pasajeros de la noria comenzaron a gritar aterrorizados. Y sin embargo el público que rodeaba la atracción, parecía que disfrutaba del espectáculo. Todos aplaudían y gritaban enaltecidos, como si de un juego diabólico se tratara.

La noria se puso de nuevo en marcha, repetió una rutina parecida y se paró. Esta vez su cesta quedaba en lo más alto.

-Treinta y uno, impar, negro, passe.

Ese era su número.