Me habían dicho que construyendo una pirámide de medidas geométricamente perfectas, con la base practicable, podría mantener las cuchillas de afeitar siempre bien afiladas, con solo meterlas en su interior.
Probé por pura curiosidad. Y por qué no decirlo, por economía. Mi barba cerrada me obligaba a afeitarme dos veces al día. Poder ahorrar en cuchillas no sería un mal negocio.
Compré cartulina, seguí detalladamente el desarrollo de aquella geometría tomando el libro de matemáticas de mi hijo pequeño. En pocas horas, ahí estaba mi flamante pirámide. La observaba con orgullo, pues todo había encajado a la perfección. Mi mayor preocupación fue que la rematara un pico agudo, y puedo asegurar que el remate que logré era absolutamente punzante.
Me afeité, dos veces, como cada día. Normalmente en dos días debería desechar la cuchilla. Pero ya duraba una semana completa, dos semanas... un mes.
Pronto en mi casa empezaron a sucederse algunos acontecimientos. Mi hijo enfermó. Mi mujer cambió su carácter y nos separamos. Perdí el empleo. Aquella geometría de cartón no solo había afilado las cuchillas. Había atraído a mi hogar la mítica maldición.
Opina
Publicar un comentario