Le pidió, le suplicó que no fuera. Siempre se lo rogaba cuando ella lo proponía y alguna vez lo había conseguido evitar, pero esta vez estaba claro que no iba a lograr ningún resultado. Su mujer ya tenía la decisión tomada. Vistió a los niños y se marchó.
Él quedó pensativo, tratando de comprender cómo habían llegado a esa situación, tras tantos años de convivencia. Había hecho todo lo posible por amarla y darle todo lo que ella necesitaba para que no llegara este momento. Pero fracasó.
Cinco horas después, tal como imaginaba, ella regresaba cargada con las bolsas de la compra. Una vez más, le había roto el corazón.