martes, 30 de septiembre de 2008

Giorgio de Chirico (1888-1978). La pintura "Metafísica"


Canto de Amor (1914)

Los edificios no fueron construidos para habitarlos, sino para contemplarlos. Los espacios, a veces se vuelven infinitos, dejan pasar nuestra mirada a su través, sin detenerla poniéndole obstáculos. Las estatuas se convierten en personajes, o quizá los personajes se han quedado petrificados por el paso del tiempo. Un tiempo que se detiene, que se deja retratar por el pintor, como una modelo que posa. Eso es Giorgio de Chirico.
He intentado seleccionar su obra más significativa, la que produce en la década de 1910. Todo un espacio para la reflexión y la calma, quizá también para la angustia de la soledad y las preguntas trascendentes.

La recompensa del adivino (1913)

Plaza de Italia (1913)

La inquietud de las musas (1918)

Héctor y Andrómaca (1917)

Chirico, pintor de padres italianos pero nacido en Grecia, tuvo gran influencia sobre los surrealistas: Tanguy, Dalí, Max Ernst, Magritte. Se dice que Yves Tanguy nunca había tomado un pincel antes de contemplar la obra de Giorgio Chirico, pero que desde el día que la vio, decidió ser pintor. No debe ser por casualidad que he publicado post anteriormente de todos ellos. Lástima que la historia de la pintura surrealista no se prolongara un par de siglos más...

lunes, 29 de septiembre de 2008

Peter Hammill en Málaga

Que soy un fanático de la música, y sobre todo del rock progresivo, lo sabe cualquiera que se haya dedicado a conocer un poco este blog. De hecho, según las estadísticas de LiveFeedjit el mayor número de búsquedas (aparte del bosón de Higgs que ha sido lo más buscado en este blog) es de música.

VDGG - H to He, Who Am the Only One (1970)

VDGG - The Least We Can Do is Wave Each Other (1970)

Está teniendo gran número de visitantes un artículo que escribí sobre música disco de los 70 y los 80. Aunque ya lo decía en aquél post: "No es mi música favorita".

VDGG - Pawn Hearts (1971)

Pues bien, a veces me resulta curioso, otras pienso que es imperdonable. Descubrí a Peter Hammill y Van der Graaf Generator en 2004 o quizá 2005. No soy bueno para eso de las fechas. Lo curioso es que podría haberlos conocido más de 20 años antes. Cuando aún existía Discoplay (desapareció hace un par de años) y compraba mis primeros vinilos por correo. Siempre había ido a tiendas a comprarlos. Pedí algunos discos de VDGG, no recuerdo ahora bien, quizá Godbluff y Vital (Live). Pero nunca llegaron, no tenía suerte con ese grupo, y creo que lo intenté en un par de ocasiones.

VDGG - The Quiet Zone/The Pleasure Dome (1977)

Así que olvidé a Van der Graaf, y aunque el nombre de Peter Hammill por supuesto lo conocía, no sabía que era el líder del grupo, ni que en solitario tuviera una brillantísima carrera. Y entonces, milagros del Mp3 y la música peer-to-peer, decidí un día conocer a ese grupo con el que lo había intentado más de 20 años antes. Cuál fue el primero que escuché?. Pues quizá Pawn Hearts, creo que si. Y escuchar ese rock sinfónico denso, la voz de Peter Hammill que igual canta con voz de niña que grita como un poseso infernal, me dejó atónito. Cuántos años perdidos!!!. Pero estaba dispuesto a recuperarlos. Me hice con toda la discografía de PH y VDGG y estuve durante más de un año que apenas escuché otra cosa.

PH - Fool's Mate (1971)

La música de VDGG es espesa, densa, como una capa de niebla que a veces te provoca intranquilidad, hasta miedo. Temas como "Arrow", "The Sleepwalkers", "The Plague of Lighthouse Keepers"... no son como para escucharlos en casa solo a las 2 de la madrugada. Podrían provocar pesadillas. Y canciones como Undercover Man, Scorched Earth... tienen tanto de eso como de dulzura y lirismo. Como discos completos, me quedo con Pawn Hearts (1971), Godbluff (1975), Still Life (1976) y The Quiet Zone/The Pleasure Dome (1977), aunque recomendaría muy seriamente sus recopilatorios First Generation y Second Generation (1989) para tener una idea más completa y no perderse algunos temas fundamentales, y su enorme The Box (2000) con algunas versiones inéditas de muchos temas, un cuádruple CD para los muy entusiastas.

PH - Chameleon in the Shadow of the Night (1973)

Y de Peter Hammill qué decir!. Los VDGG me impactaron, pero este tipo que a veces con un solo piano o una guitarra acústica es capaz de montar esos temas impresionantes... Está claro, además de que tenía muy buenos músicos, PH era el alma de ese grupo.
Entre mis discos favoritos, In Camera (1974), Over (1977) -quizá el mejor?-, Fireships (1992) e Incoherence (1994), sin olvidar su joya en directo, con poca instrumentación pero infinita emoción: The Peel Sessions (1996).

PH - The Silent Corner And The Empty Stage (1974)

PH - Sonix (1997)

Y ahora en enero Peter Hammill se trae a unos renacidos Van der Graaf Generator, con los que acaba de grabar el album Trisector (2008) a Málaga, creo que al Teatro Cervantes, donde aún sigo teniendo la frustración de no haber podido ver a King Crimson por falta de entradas. Espero que sea en ese teatro, porque aunque sea más difícil acceder por lo limitado de las plazas, es un marco envidiable y normalmente los conciertos suenan realmente bien, sin necesidad de volúmenes excesivos. Si iré... no tengo la seguridad, me encantaría, aún no sé el precio de las entradas, y si la crisis sigue por el camino que va, en plena cuesta de enero a ver quién tiene valor de gastarse 80€ (imagino que algo así costará la entrada) en un concierto. En cualquier caso, no creo que se pueda escuchar ya a aquellos impresionantes VDGG con sus formaciones más completas, en los que incluso llegó a participar Robert Fripp en algunos apuntes de guitarra (H to He, The Least We Can Do, y creo que Pawn Hearts).
Y aún hay otra cosa: por mucho que me gusten los VDGG o Peter Hammill (aunque a él en solitario no dudo que iría a verlo), hay músicas en las que me gusta a mi elegir el momento de escucharlas, y quizá el día del concierto no lo sea... es el problema que he tenido algunas veces con ciertos grupos. Ya veré lo que hago, si voy ya lo sabréis.

VEH, virus letal



Tantas veces se había fantaseado con ideas catastrofistas sobre el final del mundo!.
No fueron necesarias guerras nucleares, ni meteoritos o asteroides, ni violentos volcanes o terremotos. La naturaleza tuvo una forma sutil y sublime de eliminarnos y salvarse antes de que acabáramos con ella.
No fue el VIH como algunos llegaron a pensar cuando apareció en los años 80. Fue el VEH. Virus de la esterilidad humana, treinta años después comenzó el principio del final. Y así ocurrió:

Empezó a llamarles la atención. Las mujeres, cuando hablaban entre ellas, ya habían intuido el problema. "No logro quedarme embarazada", decía angustiada cada mujer deseosa de ser madre a sus amigas. "Igual me está ocurriendo a mi", respondía cada una de las que trataban de tener hijos. Sin embargo, a nadie pasaba entonces por la mente que el problema era global. Hasta que empezó a ser comentario general y pronto se hizo notorio en las estadísticas. Algo estaba ocurriendo, pero no había una investigación médica concluyente que pudiera justificar lo que ya era un hecho.
No tardó mucho en aparecer. Los científicos no podían dar crédito a sus ojos cuando lo vieron bajo el microscopio. Un auténtico devorador de espermatozoides y de óvulos estaba ahí ante ellos, con sus pequeños 50 nanómetros parecía desafiar a todos los que lo observaban, parecía decir "estáis acabados", y su estructura se asemejaba a una microscópica y burlona sonrisa esférica.
La enfermedad era incurable, no dañaba a las personas que la padecían, pero se propagaba de forma exponencial, utilizaba cualquier medio para contagiar: el agua, el aire, los alimentos. La vida se hizo tóxica para la propia vida.
Los bancos de esperma y de óvulos funcionaron durante un tiempo, pero era imposible contrarrestar los efectos del virus. Las madres no podían gestar, ni aún óvulos fertilizados. Las consecuencias no se hicieron esperar más que unos meses.
En las calles dejaron de pasear cochecitos de bebé, dejaron de haber sonrisas y llantos de niños. Y más tarde desaparecieron también los adolescentes y los más jóvenes. La humanidad envejecía y no había relevo posible.
La juventud se convirtió en algo excepcional, y luego... luego fuimos teniendo problemas para recibir atención sanitaria, para alimentarnos, para subsistir. Se dejó de producir, de vender, de comprar, de consumir. Poco a poco se iba dejando de vivir.
Yo fui uno de los últimos miles de niños que pudieron nacer. Escribo esto a mis 110 años, con la seguridad de que somos pocos los que quedamos, no sé cuántos, hace tiempo desaparecieron las noticias y la información, hace tiempo que ha desaparecido casi todo. No creo que alguien lea alguna vez lo que escribo, lo grabaré en soporte digital. Quizá dentro de miles de años, en alguna excavación arqueológica, alguien sepa por qué dejamos de existir.

domingo, 28 de septiembre de 2008

El viaje

::

Recordaba vagamente el camino, del año anterior. Aquella sabana con la hierba de color pajizo, agostada por el calor, los pocos árboles como pintados en el horizonte, y el sol, siempre el sol allá arriba haciéndonos muy difícil el viaje.

Algunos otros grupos se desplazaban con nosotros, aunque parecía que cada uno siguiera una ruta diferente, podíamos vernos pero manteníamos las distancias. El polvo que levantaban las comitivas anunciaba, en la lejanía, nuestra presencia.

África en esta época del año es un lugar duro. Asi que buscar agua y alimento es la única garantía de poder seguir vivos. Es mi tierra, es mi familia la que se desplaza a mi lado, y eso me da fuerzas. Amo esta tierra, como amo a mis hermanas y hermanos. Amo a mi madre. De mi padre apenas tengo recuerdos, pero seguro que fue un buen padre.

Inesperadamente comienzo a sentir agitación en mi grupo. No puedo ver bien qué ocurre, hay demasiados delante de mi. Pero el aire toma un matiz de humedad que no habíamos sentido antes. Huele diferente, la presencia del río se va haciendo cada vez más notable.

De pronto es como si todos me empujaran. Nuestro grupo ha formado una montonera, y siento que me resulta difícil estar de pie sin caerme. Delante de mi, un pequeño talud de tierra. El río está allá abajo.

Unos ojos se cruzan con mi mirada. Asoman saliendo desde debajo del agua. Puedo reconocerlos: son los ojos del asesino de mi padre. Un montón de imágenes de un río enturbiado de agitación, barro y sangre, pasan por delante de mi. Pero no es mi imaginación, es que volvía a ocurrir, como cada año. Salto el talud con los ojos cerrados, y aquél animal con fauces monstruosas intenta atraparme una pata, pero creo que es la fuerza de mi padre la que me empujó en el momento justo.

Por tercer año en mi vida, consigo llegar a la otra orilla. Corro sin mirar hacia atrás.

El viaje


Recordaba vagamente el camino, del año anterior. Aquella sabana con la hierba de color pajizo, agostada por el calor, los pocos árboles como pintados en el horizonte, y el sol, siempre el sol allá arriba haciéndonos muy difícil el viaje.
Algunos otros grupos se desplazaban con nosotros, aunque parecía que cada uno siguiera una ruta diferente, podíamos vernos pero manteníamos las distancias. El polvo que levantaban las comitivas anunciaba, en la lejanía, nuestra presencia.
África en esta época del año es un lugar duro. Asi que buscar agua y alimento es la única garantía de poder seguir vivos. Es mi tierra, es mi familia la que se desplaza a mi lado, y eso me da fuerzas. Amo esta tierra, como amo a mis hermanas y hermanos. Amo a mi madre. De mi padre apenas tengo recuerdos, pero seguro que fue un buen padre.
Inesperadamente comienzo a sentir agitación en mi grupo. No puedo ver bien qué ocurre, hay demasiados delante de mi. Pero el aire toma un matiz de humedad que no habíamos sentido antes. Huele diferente, la presencia del río se va haciendo cada vez más notable.
De pronto es como si todos me empujaran. Nuestro grupo ha formado una montonera, y siento que me resulta difícil estar de pie sin caerme. Delante de mi, un pequeño talud de tierra. El río está allá abajo.
Unos ojos se cruzan con mi mirada. Asoman saliendo desde debajo del agua. Puedo reconocerlos: son los ojos del asesino de mi padre. Un montón de imágenes de un río enturbiado de agitación, barro y sangre, pasan por delante mi. Pero no es mi imaginación, es que volvía a ocurrir, como cada año. Salto el talud con los ojos cerrados, y aquél animal con fauces monstruosas intenta atraparme una pata, pero creo que es la fuerza de mi padre la que me empujó en el momento justo.
Por tercer año en mi vida, consigo llegar a la otra orilla. Corro sin mirar hacia atrás.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Trampantojos






Trampantojos. Su nombre, más o menos, lo dice: una trampa para los ojos, un engaño mediante la perspectiva, las luces y el color. Pueden ser cuadros en una pared, más comúnmente murales. Y últimamente se ha puesto de moda pintarlos en el suelo, con efectos sorprendentes, como abismos que parecen tragarte, agua que no existe (casi como espejismos pintados), o los que yo llamaría "textiles", prendas de ropa que no son lo que parecen ser, como chaquetas y corbatas pintadas sobre una camiseta.
Generan efectos curiosos, en algún número del Muy Interesante leí hace tiempo un buen reportaje sobre este tipo de obras. Las imágenes, bastante mejores que las que he conseguido, pero llevo tiempo buscando y no encuentro nada mejor. De todas formas, algunos buenos hay. Entre los que publico, hay uno de Dalí. A ver si lo descubrís.





viernes, 26 de septiembre de 2008

Cuadro del día



Título: Desnudo con collar
Técnica: òleo sobre lienzo Año: 2008
Autor: Viviana Hinojosa
Publicado en Arte10.com

Cuando empecé a publicar esta sección, la idea era que las obras superaran los +4 puntos en las votaciones de los espectadores. Pero un par de meses después de conocer lo que se cuece por Arte10.com, renuncio a tal idea. En esa página se ha formado una especie de foro permanente, con gente que por sistema maltrata a algunos artistas, y otros que quizá también tratan de hacerles buenas críticas siempre y votarlos positivamente. Es frecuente ver enfrentamientos en las líneas de opinión, se han formado varios bandos y, a la vista de todo eso, las puntuaciones no me parecen del todo fiables. Así que publicaré lo que me guste y sus autores me permitan.
Por cierto, esta obra de momento tengo que considerarla "robada". A través de Arte10 traté de ponerme en contacto con su autora. Es la primera obra que publicaba, pero parece que la ha retirado, y su nombre ya no aparece en dicha página web. En todo caso, le dejé mi correo para que se pusiera en contacto, pero como han quitado la obra, también han quitado los comentarios. Seguiré buscando su aprobación.
Desnudo con collar me parece uno de los mejores desnudos femeninos que he visto en mucho tiempo. No lo sé por qué, pero de eso se trata cuando contemplo una obra de arte: no-sé-por-qué... pero me gusta.

VEH, virus letal



Tantas veces se había fantaseado con ideas catastrofistas sobre el final del mundo!.
No fueron necesarias guerras nucleares, ni meteoritos o asteroides, ni violentos volcanes o terremotos. La naturaleza tuvo una forma sutil y sublime de eliminarnos y salvarse antes de que acabáramos con ella.
No fue el VIH como algunos llegaron a pensar cuando apareció en los años 80. Fue el VEH. Virus de la esterilidad humana, treinta años después comenzó el principio del final. Y así ocurrió:

Empezó a llamarles la atención. Las mujeres, cuando hablaban entre ellas, ya habían intuido el problema. "No logro quedarme embarazada", decía angustiada cada mujer deseosa de ser madre a sus amigas. "Igual me está ocurriendo a mi", respondía cada una de las que trataban de tener hijos. Sin embargo, a nadie pasaba entonces por la mente que el problema era global. Hasta que empezó a ser comentario general y pronto se hizo notorio en las estadísticas. Algo estaba ocurriendo, pero no había una investigación médica concluyente que pudiera justificar lo que ya era un hecho.
No tardó mucho en aparecer. Los científicos no podían dar crédito a sus ojos cuando lo vieron bajo el microscopio. Un auténtico devorador de espermatozoides y de óvulos estaba ahí ante ellos, con sus pequeños 50 nanómetros parecía desafiar a todos los que lo observaban, parecía decir "estáis acabados", y su estructura se asemejaba a una microscópica y burlona sonrisa esférica.
La enfermedad era incurable, no dañaba a las personas que la padecían, pero se propagaba de forma exponencial, utilizaba cualquier medio para contagiar: el agua, el aire, los alimentos. La vida se hizo tóxica para la propia vida.
Los bancos de esperma y de óvulos funcionaron durante un tiempo, pero era imposible contrarrestar los efectos del virus. Las madres no podían gestar, ni aún óvulos fertilizados. Las consecuencias no se hicieron esperar más que unos meses.
En las calles dejaron de pasear cochecitos de bebé, dejaron de haber sonrisas y llantos de niños. Y más tarde desaparecieron también los adolescentes y los más jóvenes. La humanidad envejecía y no había relevo posible.
La juventud se convirtió en algo excepcional, y luego... luego fuimos teniendo problemas para recibir atención sanitaria, para alimentarnos, para subsistir. Se dejó de producir, de vender, de comprar, de consumir. Poco a poco se iba dejando de vivir.
Yo fui uno de los últimos miles de niños que pudieron nacer. Escribo esto a mis 110 años, con la seguridad de que somos pocos los que quedamos, no sé cuántos, hace tiempo desaparecieron las noticias y la información, hace tiempo que ha desaparecido casi todo. No creo que alguien lea alguna vez lo que escribo, lo grabaré en soporte digital. Quizá dentro de miles de años, en alguna excavación arqueológica, alguien sepa por qué dejamos de existir.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Buscando la diferencia


Entré en mi habitación, sabiendo que allí no estaba. La conocía demasiado bien como para poder admitir que aún me tenía alguna sorpresa reservada.

Quizá lo hice porque era el espacio donde más fácil me resultaba pensar. Y mientras, iba analizando lo que veía, dándome cuenta de que mi valoración era acertada: allí no estaba.
Solo con mirar hacia la ventana, la cuestión parecía zanjada. Ahora tengo un estore moderno, una persiana enrollable que llega justo hasta el marco inferior de la ventana, sin necesidad de colgar hasta el suelo y taparlo todo. Y por entonces, en mi casa anterior, estaban esas cortinas gruesas que recogían el olor a humedad de la habitación, cortinas que por otra parte apenas eran necesarias, porque más que no dejar entrar la luz, no dejaban entrar la oscuridad...

Mi cama ahora era informal pero acogedora. Una cama sin cabecero con un colchón de esos que te venden por la tele y que pagas durante años, pero que al menos no te agrede cuando tratas de dormir. Y cubriéndola, ese edredón nórdico tan suave, de colores claros. Aquella cama de entonces no era igual. El cabecero de madera pintada con esos dos pináculos laterales de dudoso buen gusto, el colchón de muelles con el que mi cuerpo no se entendió nunca bien, y aquella colcha estampada que a veces me producía pesadillas.

Después miré los libros. La biblioteca había aumentado de manera más que considerable. Y la mesa de trabajo... Ahí estaba el ordenador, eso tampoco lo tenía por entonces, y desde luego lo echaría mucho de menos si no lo tuviera ahora. Salí de mi habitación, con la seguridad de que era netamente mejor y más agradable que la que había tenido en mi anterior hogar.
Seguí recorriendo la casa, buscando en cada habitación dónde estaba aquella diferencia, aquella que me hacía sentir mayor bienestar en esa vivienda que vendí a no muy bien precio, porque en ese momento la burbuja inmobiliaria no había empezado aún a hincharse.

El salón, con el televisor plano, la cadena musical, las luces halógenas regulables, el mueble de escayola, la rinconera clara, evidentemente producía mayor confort que aquél otro con muebles clásicos oscuros y aquella televisión antigua que más parecía una pecera, de colores desvaídos. Los tapizados, la luz, las maderas, los colores. Realmente no había comparación posible, y la cuestión empezaba a resultarme ya un poco desesperante.

En la salita no entré, tan solo hice un rápido recorrido mental por ella. Es una habitación que uso como comedor y por la que nunca me he preocupado demasiado. Una mesa, unas sillas, unas estanterías y un televisor para ver las noticias mientras como precipitadamente, los pocos días que puedo hacerlo en casa. Allí no iba a encontrar nada que me proporcionara la clave de lo que andaba buscando. Es más, ahora recordaba que en mi anterior casa no tuve salita, era un pequeño dormitorio que solo tuvo esa función alguna vez que hubo invitados.

Pensar que en la cocina estuviera la diferencia parecía ya absurdo. Aquella vieja cocina que por mucho que limpiabas no parecía higiénica del todo, con la lavadora incorporada como un mueble más, y tantas bombonas de butano como para tenerle miedo, se había convertido en una cocina modular diseñada a medida, con sus electrodomésticos empotrados y que funcionaba completamente mediante energía eléctrica. No habían bombonas explosivas ni suciedad por ninguna parte, así que nada que buscar. La lavadora había desaparecido, y ahora estaba en esa terraza contigua, pequeña pero muy útil.

Cuando terminé de recorrer la casa estaba ya un poco agotado. No física, pero si mentalmente, tampoco quince años después recordaba punto por punto cada detalle de mi vivienda anterior, y me costaba cierto esfuerzo hacer cada una de las comparaciones. Pensé que sería mejor olvidar el tema, a veces las ideas o los recuerdos surgen cuando dejas de pensar en ellos. Pero desde luego me iba a seguir preocupando saber qué tuvo aquella casa que me hacía sentir mejor.
Después de esas dos inútiles horas me apetecía refrescarme un poco, también para aclarar mis ideas. Así que fui al baño a lavarme un poco la cara.

Abrí el grifo con un buen chorro de agua, cerré los ojos y me empapé abundantemente la cara, el cuello y la nuca. Palpé hacia un lado buscando una toalla, aún con los ojos cerrados. Y cuando me incorporé de la postura encorvada del lavabo, abrí los ojos y vi mi reflejo en el espejo.

Ahí, justo ahí, encontraba lo que me había llevado más de dos horas de minuciosa inspección hogareña. El espejo de mi baño antiguo era esa gran diferencia: reflejaba a un tipo mucho más joven que el que ahora, quince años después, veía en este de mi nuevo hogar.

Buscando la diferencia

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Entré en mi habitación, sabiendo que allí no estaba. La conocía demasiado bien como para poder admitir que aún me tenía alguna sorpresa reservada.
Quizá lo hice porque era el espacio donde más fácil me resultaba pensar. Y mientras, iba analizando lo que veía, dándome cuenta de que mi valoración era acertada: allí no estaba.
Solo con mirar hacia la ventana, la cuestión parecía zanjada. Ahora tengo un estore moderno, una persiana enrollable que llega justo hasta el marco inferior de la ventana, sin necesidad de colgar hasta el suelo y taparlo todo. Y por entonces, en mi casa anterior, estaban esas cortinas gruesas que recogían el olor a humedad de la habitación, cortinas que por otra parte apenas eran necesarias, porque más que no dejar entrar la luz, no dejaban entrar la oscuridad...
Mi cama ahora era informal pero acogedora. Una cama sin cabecero con un colchón de esos que te venden por la tele y que pagas durante años, pero que al menos no te agrede cuando tratas de dormir. Y cubriéndola, ese edredón nórdico tan suave, de colores claros. Aquella cama de entonces no era igual. El cabecero de madera pintada con esos dos pináculos laterales de dudoso buen gusto, el colchón de muelles con el que mi cuerpo no se entendió nunca bien, y aquella colcha estampada que a veces me producía pesadillas.
Después miré los libros. La biblioteca había aumentado de manera más que considerable. Y la mesa de trabajo... Ahí estaba el ordenador, eso tampoco lo tenía por entonces, y desde luego lo echaría mucho de menos si no lo tuviera ahora. Salí de mi habitación, con la seguridad de que era netamente mejor y más agradable que la que había tenido en mi anterior hogar.
Seguí recorriendo la casa, buscando en cada habitación dónde estaba aquella diferencia, aquella que me hacía sentir mayor bienestar en esa vivienda que vendí a no muy bien precio, porque en ese momento la burbuja inmobiliaria no había empezado aún a hincharse.
El salón, con su televisor enorme de plasma, la cadena musical, las luces halógenas regulables, el mueble de escayola, la rinconera clara, evidentemente producía mayor confort que aquél con muebles clásicos oscuros y aquella televisión-pecera que veía por entonces, de colores desvaídos. Los tapizados, la luz, las maderas, los colores. Realmente no había comparación posible, y la cuestión empezaba a resultarme ya un poco desesperante.
En la salita no entré, tan solo hice un rápido recorrido mental por ella. Es una habitación que uso como comedor y por la que nunca me he preocupado demasiado. Una mesa, unas sillas, unas estanterías y un televisor para ver las noticias mientras como precipitadamente, los pocos días que puedo hacerlo en casa. Allí no iba a encontrar nada que me proporcionara la clave de lo que andaba buscando. Es más, ahora recordaba que en mi anterior casa no tuve salita, era un pequeño dormitorio que solo tuvo esa función alguna vez que hubo invitados.
Pensar que en la cocina estuviera la diferencia parecía ya absurdo. Aquella vieja cocina que por mucho que limpiabas no parecía higiénica del todo, con la lavadora incorporada como un mueble más, y tantas bombonas de butano como para tenerle miedo, se había convertido en una cocina modular diseñada a medida, con sus electrodomésticos empotrados y que funcionaba completamente mediante energía eléctrica. No habían bombonas explosivas ni suciedad por ninguna parte, así que nada que buscar. La lavadora había desaparecido, y ahora estaba en esa terraza contigua, pequeña pero muy útil.
Cuando terminé de recorrer la casa estaba ya un poco agotado. No física, pero si mentalmente, tampoco quince años después recordaba punto por punto cada detalle de mi vivienda anterior, y me costaba cierto esfuerzo hacer cada una de las comparaciones. Pensé que sería mejor olvidar el tema, a veces las ideas o los recuerdos surgen cuando dejas de pensar en ellos. Pero desde luego me iba a seguir preocupando saber qué tuvo aquella casa que me hacía sentir mejor.
Después de esas dos inútiles horas me apetecía refrescarme un poco, también para aclarar mis ideas. Así que fui al baño a lavarme un poco la cara.
Abrí el grifo con un buen chorro de agua, cerré los ojos y me empapé abundantemente la cara, el cuello y la nuca. Palpé hacia un lado buscando una toalla, aún con los ojos cerrados. Y cuando me incorporé de la postura encorvada del lavabo, abrí los ojos y vi mi reflejo en el espejo.
Ahí, justo ahí, encontraba lo que me había llevado más de dos horas de minuciosa inspección hogareña. El espejo de mi baño antiguo era esa gran diferencia: reflejaba a un tipo mucho más joven que el que ahora, quince años después, veía en este de mi nuevo hogar.

martes, 23 de septiembre de 2008

Dalí

::
Salvador Dalí: La Persistencia de la Memoria

Su mente se desintegró, formando un montoncito muy surrealista de ideas.

Obligado cumplimiento



Siempre odié viajar a los lugares donde iba todo el mundo. Pero toda mi familia me dice que tendré que continuar haciéndolo... si es que quiero seguir siendo ave migratoria.

Orillas



Un día las mareas empezaron a seguir una rutina diferente.
Se inundaban ciudades o el mar se retiraba kilómetros hacia adentro, desapareciendo las playas y las costas, provocando el hundimiento de la economía de aquellas poblaciones que siempre habían vivido del mar, sumergiendo en la tristeza a las personas cuya vida había transcurrido con la visión de una tranquila playa.
Los pescadores dejaron de salir a hacer su faena, pues el agua en retirada los arrastraba mar adentro, y la marea alta arrojaba sus barcos contra los edificios. Pronto, las ciudades costeras fueron abandonadas.
Ningún científico lograba dar una explicación, pese a constantes mediciones, análisis de las aguas, fotografías de satélites y toma de datos.
En los programas de televisión era casi la única noticia. Los reporteros ya no se dedicaban a perseguir famosos, sino a pedir a la gente que contara sus experiencias o diera sus opiniones sobre lo que estaba ocurriendo.
Un día (todos pudimos verlo) la entrevistadora acercó su micrófono a una niña de seis años, que supo dar la clave de lo que sucedía:
-Si, es que la Tierra y la Luna enfermaron...

Genocidio



Esta mañana he roto el despertador.
Lo he machacado, sin piedad. No sé con qué lo hice, porque apenas había salido del sueño. Quizá le aticé con un zapato, o directamente lo estrellé contra el suelo. No lo recuerdo. Solo el resultado, verlo destripado e inerme sobre el piso cuando encendí la luz.
Y no lo hice por mi, no fue la reacción violenta de un sueño interrumpido. Nada de eso. Ha sido por la humanidad.
Soñaba. Después de una noche no muy ajetreada de sueños tópicos, de nadar en playas irreales, de subir y bajar escaleras que conducen a sitios extraños, de actos de amor interrumpidos en el momento menos oportuno... tuve un sueño diferente.
Me encontraba en una manifestación (aunque pocas veces estuve en una), rodeado de millares de personas. No era mi ciudad, no. Era una mucho más grande, y lo podía adivinar por el tamaño de las avenidas. Madrid, Sevilla, quién sabe. Recorríamos lenta y pacíficamente las calles, gritando no sé qué consignas. Por la subida de los precios, por el último atentado, por la nueva ley de educación, por cualquier cosa que esté mal y contra la que haya que protestar. No lo sé, las voces sonaban como murmullos, como esas veces que las escuchas pero solo entiendes su musicalidad, los sonidos vocálicos, pero no logras distinguir bien las palabras.
Y en medio de esa manifestación, cuando ya me eran familiares las caras de las personas que ocupaban posiciones más cercanas a la mía, cuando aprendía de memoria las curvas de la chica que tenía delante, la mirada de la que estaba a mi lado, la forma de andar del hombre que estaba a mi otro lado, y sabía que miles, cientos de miles de personas me rodeaban, ese timbre metálico me despierta, y acaba con todas ellas, de un plumazo, las evapora igual que habría hecho una bomba nuclear que cayera en mitad de esa multitud.
No pude soportarlo, ese despertador genocida merecía ser ejecutado en el acto.

Genocidio

::

Esta mañana he roto el despertador.
Lo he machacado, sin piedad. No sé con qué lo hice, porque apenas había salido del sueño. Quizá le aticé con un zapato, o directamente lo estrellé contra el suelo. No lo recuerdo. Solo el resultado, verlo destripado e inerme sobre el piso cuando encendí la luz.
Y no lo hice por mi, no fue la reacción violenta de un sueño interrumpido. Nada de eso. Ha sido por la humanidad.
Soñaba. Después de una noche no muy ajetreada de sueños tópicos, de nadar en playas irreales, de subir y bajar escaleras que conducen a sitios extraños, de actos de amor interrumpidos en el momento menos oportuno... tuve un sueño diferente.
Me encontraba en una manifestación (aunque pocas veces estuve en una), rodeado de millares de personas. No era mi ciudad, no. Era una mucho más grande, y lo podía adivinar por el tamaño de las avenidas. Madrid, Sevilla, quién sabe. Recorríamos lenta y pacíficamente las calles, gritando no sé qué consignas. Por la subida de los precios, por el último atentado, por la nueva ley de educación, por cualquier cosa que esté mal y contra la que haya que protestar. No lo sé, las voces sonaban como murmullos, como esas veces que las escuchas pero solo entiendes su musicalidad, los sonidos vocálicos, pero no logras distinguir bien las palabras.
Y en medio de esa manifestación, cuando ya me eran familiares las caras de las personas que ocupaban posiciones más cercanas a la mía, cuando aprendía de memoria las curvas de la chica que tenía delante, la mirada de la que estaba a mi lado, la forma de andar del hombre que estaba a mi otro lado, y sabía que miles, cientos de miles de personas me rodeaban, ese timbre metálico me despierta, y acaba con todas ellas, de un plumazo, las evapora igual que habría hecho una bomba nuclear que cayera en mitad de esa multitud.
No pude soportarlo, ese despertador genocida merecía ser ejecutado en el acto.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Top Twitter

Del surrealismo al hiperrealismo, todo vale. A veces resulta difícil escribir nuevos tuits, luego llega esa racha de viento fresco y empiezas a ver escenas, a ver frases escritas en el aire, las atrapas y las publicas. Este es el ranking de la semana, seis de cada uno, si son las mejores... no lo sé, pero al menos las que nos han llamado la atención a los unos de los otros, y estaban en nuestra lista de favoritos.

Jose Luis Zarate
joseluiszarate Cuando la mujer de mis sueños me cierra la puerta tengo insomnio.
Jose Luis Zarate
joseluiszarate Estaba muerto pero lo dimos de alta.
nohubounavez
nohubounavez Descubro, un instante antes de morir, que mi vida era una película de recuerdos fugaces pasando ante unos ojos.
nohubounavez
nohubounavez Sólo leía libros de matemáticas. Reía, lloraba, soñaba con ellos, imaginando sus ecuaciones y fórmulas.
nohubounavez
nohubounavez Las telarañas atrapan, sin querer, reflejos, ecos, trozos de conversaciones... como diminutas redes de telégrafos
Jose Luis Zarate
joseluiszarate Apresó al huracán en una botella. Le gusta sacar una gota de vez en cuanto para ver la tormenta en un vaso de agua.
Jose Luis Zarate
joseluiszarate Caperucita, el lobo y la abuela, con esa extraña relación codependiente, mataron al cazador para que nada se supiera.
nohubounavez
nohubounavez El desierto era un laberinto de paredes imperceptibles, de nortes en todas direciones...
nohubounavez
nohubounavez Todos los caminos del desierto llevaban al centro del desierto.
Jose Luis Zarate
joseluiszarate Aunque se peguen, los corazones rotos no funcionan igual.
Javi
Javi_dice En las buhardillas, los fantasmas ensayan sus coreografías.
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Javi
Javi_dice La hipotenusa tuvo un ataque de hipo. El cateto se reía, en su ignorancia.
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Javi
Javi_dice Arrancó la última página de todos sus libros para imaginar finales.
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Javi
Javi_dice Aún no había nacido, cuando ya pensaba que algo fallaba en el sistema.
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Jose Luis Zarate
joseluiszarate Dios no armó el universo según las instrucciones del paquete.
Javi
Javi_dice Los rayos son insultos entre los dioses.
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nohubounavez
nohubounavez Los espejismos, contagiosos, empezaron a multiplicarse.